sábado, agosto 12, 2006

Cuando acaba toda una vida

Hace ya varios años, mi abuela materna está enferma, tiene demencia senil. Para mí ha sido muy difícil poder soportar verla en esas condiciones. Para toda la gente que me conoce y rodea, tengo una apariencia de hombre duro e insensible, pero créanme que me duele profundamente por dentro.
Quiero recordarla tal como era, cuando yo era niño y me cuidaba. Me sentaba en un pequeño pisito en la cocina, y los porotos que estaba preparando, los ponía en un mortero, y con el sabor de la sal, el ajo, el limón y el orégano, mezclaban un sabor tan agradable que aún lo siento. Y cada vez que puedo como porotos en un mortero.
Me contaba cuentos, la historia de los niñitos que iban a comprar huevitos y al final el dedo gordo se los comió, y me mordía suavemente mi pulgar.
Siempre recuerdo sus pañitos tejidos a crochet, que lo cubrían todo, lo que te imaginaras estaba cubierto con un pañito tejido a crochet, incluyendo el teléfono.
Me acuerdo de la cómoda de mi abuelita, con sus polvos para maquillarse en esas cajas de cartón o la colonia Flaño con la que prácticamente me bañaba, que las compraba en una botica del centro.
Me acuerdo cuando subía los cerros como una cabra y ninguno de nosotros la podía alcanzar ya que siempre estuvo acostumbrada a la vida de campo allá en el hermoso sur de Valdivia.
Ahora está postrada en una cama, a sus inconfesables noventa y cinco años, acabando su vida poco a poco, esperando su último suspiro.